Me ha gustado mucho la página de opinión de Adela Muñoz, publicado el 19.08.2011, en Diario de Jerez y que quiero compartir.
Gracias Adela.
Carmen hizo la tesis doctoral en Madrid, un posdoctorado en Oxford y ahora trabaja a caballo entre ambas ciudades; en Madrid se gana la vida dando clases en una de sus universidades luchando por conseguir un puesto fijo, en Oxford cultiva su pasión por la investigación. María hizo la tesis en Oxford, ahora trabaja para una prestigiosa empresa inglesa de consulting cuya sede principal está en esta ciudad, tiene un contrato indefinido y un sueldo excelente, pero muy poco tiempo para gastarlo; Lola es profesora de la Universidad de Sevilla, pero su investigación la lleva cada año a Oxford. Ángela, al igual que Carmen y Lola, estudió en la Universidad de Sevilla, aunque ella hizo Química en lugar de Física; trabaja en un gran centro de investigación público inglés ubicado cerca de Oxford, manejando presupuestos con los que sus profesores de Sevilla no se atreverían ni a soñar.
Carmen, María, Lola y Ángela, además de ser andaluzas y vivir asiduamente o por temporadas en Oxford, tienen otras cosas en común: son mujeres brillantes a las que les gusta su trabajo y lo desarrollan con notable éxito, sus profesiones están relacionadas con la investigación, están a mediados o finales de la treintena y tienen parejas estables. Ninguna tiene hijos.
¿Elección personal, casualidad? Ángela, la única que tiene ofertas de ayuda por parte de su familia política inglesa, no tiene ninguna vocación maternal. Pero ¿y las otras? Aunque es un asunto delicado que no se habla con cualquiera, es evidente que no lo tienen fácil, a pesar de que a priori lo tienen todo a favor: profesión, pareja y estabilidad económica.
Solamente falta el tiempo: tiempo que hay que dedicar a atender a alumnos, atascos, congresos y otros viajes relacionados con la investigación. Y ¿quién se ocupa de bañar, dar de comer y llevar al colegio a los niños cada día, aparte de llevarlos al médico o quedarse con ellos cuando tienen fiebre? ¿Bajas maternales prolongadas? ¿Qué carrera científica aguanta un parón de más de cuatro meses?
Estas cuatro historias reales de andaluzas en Oxford serían una anécdota si fueran casos únicos. Pero no lo son. No son casos aislados en Sevilla y Andalucía porque seguro que todos conocemos a alguna de estas mujeres jóvenes que se han ido situando con más o menos dificultad en casi todas las áreas profesionales, y vemos que muchas de ellas van cumpliendo años sin encontrar el momento para tener los hijos.
Tampoco son casos raros en España, donde con la crisis ha vuelto a caer la natalidad y de nuevo tenemos el dudoso honor de ser el país con menor número de hijos por mujer del mundo.
Y sin embargo la natalidad no disminuye en etnias como la gitana, tampoco cae en comunidades inmigrantes como la magrebí, donde el que gana el sueldo suele ser el marido. Desgraciadamente los embarazos adolescentes tampoco han disminuido lo que deberían. ¿Quién deja de tener hijos? Pues son precisamente las mujeres como Carmen, Lola, María o Ángela; las más brillantes, las más preparadas, las más ambiciosas, las más trabajadoras, las más adecuadas para transmitir los valores del nuevo mundo en el que ellas han crecido.
Este curioso y alarmante fenómeno no es nacional. Hay un movimiento en Europa y Estados Unidos, que paradójicamente empezó en los países nórdicos, el cual, pretendiendo volver a lo natural, exige tal dedicación a la madre que muchas mujeres renuncian a la tarea.
Así, en Alemania, país donde la presión social para que las madres se dediquen única y exclusivamente al cuidado de sus hijos es bestial, casi un 30% de mujeres renuncian a tener hijos, normalmente las que tienen mayor cualificación profesional. Aunque Francia es el país donde la situación es menos dramática, es una francesa, Elisabeth Badinter, la que ha dado la voz de alarma en su libro El conflicto: la mujer o la madre, publicado en español a finales de 2010. El libro está lleno de estadísticas escalofriantes, como la increíble influencia de la Liga de la leche, organización americana de origen ideológico parecido al Tea Party que se camufla de eco-feminismo.
La conclusión de la Badinter es que es preferible ser una madre imperfecta a no tener hijos. Porque aunque Carmen, María, Lola y Ángela pueden disfrutar de una vida plena sin tener hijos, nosotros, la sociedad en la que ellas han crecido, no puede permitirse el lujo de prescindir de semejantes madres.
Carmen, María, Lola y Ángela, además de ser andaluzas y vivir asiduamente o por temporadas en Oxford, tienen otras cosas en común: son mujeres brillantes a las que les gusta su trabajo y lo desarrollan con notable éxito, sus profesiones están relacionadas con la investigación, están a mediados o finales de la treintena y tienen parejas estables. Ninguna tiene hijos.
¿Elección personal, casualidad? Ángela, la única que tiene ofertas de ayuda por parte de su familia política inglesa, no tiene ninguna vocación maternal. Pero ¿y las otras? Aunque es un asunto delicado que no se habla con cualquiera, es evidente que no lo tienen fácil, a pesar de que a priori lo tienen todo a favor: profesión, pareja y estabilidad económica.
Solamente falta el tiempo: tiempo que hay que dedicar a atender a alumnos, atascos, congresos y otros viajes relacionados con la investigación. Y ¿quién se ocupa de bañar, dar de comer y llevar al colegio a los niños cada día, aparte de llevarlos al médico o quedarse con ellos cuando tienen fiebre? ¿Bajas maternales prolongadas? ¿Qué carrera científica aguanta un parón de más de cuatro meses?
Estas cuatro historias reales de andaluzas en Oxford serían una anécdota si fueran casos únicos. Pero no lo son. No son casos aislados en Sevilla y Andalucía porque seguro que todos conocemos a alguna de estas mujeres jóvenes que se han ido situando con más o menos dificultad en casi todas las áreas profesionales, y vemos que muchas de ellas van cumpliendo años sin encontrar el momento para tener los hijos.
Tampoco son casos raros en España, donde con la crisis ha vuelto a caer la natalidad y de nuevo tenemos el dudoso honor de ser el país con menor número de hijos por mujer del mundo.
Y sin embargo la natalidad no disminuye en etnias como la gitana, tampoco cae en comunidades inmigrantes como la magrebí, donde el que gana el sueldo suele ser el marido. Desgraciadamente los embarazos adolescentes tampoco han disminuido lo que deberían. ¿Quién deja de tener hijos? Pues son precisamente las mujeres como Carmen, Lola, María o Ángela; las más brillantes, las más preparadas, las más ambiciosas, las más trabajadoras, las más adecuadas para transmitir los valores del nuevo mundo en el que ellas han crecido.
Este curioso y alarmante fenómeno no es nacional. Hay un movimiento en Europa y Estados Unidos, que paradójicamente empezó en los países nórdicos, el cual, pretendiendo volver a lo natural, exige tal dedicación a la madre que muchas mujeres renuncian a la tarea.
Así, en Alemania, país donde la presión social para que las madres se dediquen única y exclusivamente al cuidado de sus hijos es bestial, casi un 30% de mujeres renuncian a tener hijos, normalmente las que tienen mayor cualificación profesional. Aunque Francia es el país donde la situación es menos dramática, es una francesa, Elisabeth Badinter, la que ha dado la voz de alarma en su libro El conflicto: la mujer o la madre, publicado en español a finales de 2010. El libro está lleno de estadísticas escalofriantes, como la increíble influencia de la Liga de la leche, organización americana de origen ideológico parecido al Tea Party que se camufla de eco-feminismo.
La conclusión de la Badinter es que es preferible ser una madre imperfecta a no tener hijos. Porque aunque Carmen, María, Lola y Ángela pueden disfrutar de una vida plena sin tener hijos, nosotros, la sociedad en la que ellas han crecido, no puede permitirse el lujo de prescindir de semejantes madres.
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